El espíritu jesuita y la cuarentena

Ignacio de Loyola también se encerró para cuidar su salud cuando por defender militarmente una fortaleza fue herido de muerte, y luego confinado en su casa para una larga convalecencia. Para no aburrirse con el pasar lento y ocioso del tiempo, Ignacio (que entonces era Iñigo) solicitó le llevaran algún libro de esos lascivos de caballería que tanto le gustaban. Pero en el austero librero de aquella casona sólo encontraron unas ediciones populares de la vida de Cristo, y otra de los santos.

Inició entonces una batalla entre los diferentes proyectos de lectura contra la imaginación y voluntad de Ignacio, en donde al final ganaron las humildes letras de aquellas en apariencia aburridas lecturas piadosas, pero que tuvieron más poder de seducción al proponerle al fundador de los jesuitas el placer de un amor más grande, más difícil de alcanzar y sin fecha de vencimiento.

En ese aislamiento, entre libros que invitaban al hedonismo egoísta y la banalidad, y otros al compromiso consigo mismo y los demás, se modeló el arte del discernimiento, la sabiduría de los jesuitas de aprender a optar para decidir quedarse con lo mejor para nosotros y nuestro entorno. De esta cuarentena emergieron después los Ejercicios Espirituales, un manual para diferenciar lo verdadero de lo falso, para validar la verdad personal e histórica en una sociedad que, como la nuestra, estaba en crisis, y donde cundían falsas informaciones y peligrosas vivencias de fanatismo político y religioso.

En nuestra cuarentena también podemos practicar algo de esos ejercicios interiores que Ignacio hizo, que le ayudaron a orientarse en medio de sus confusiones y los espejismos de su sociedad.

Al final del día, en esa trastienda íntima de nuestra habitación, o donde nos sintamos más a gusto, en un cuaderno anotamos, como un apunte breve, qué sensaciones nos habitaron durante la jornada. Después, escogemos aquella que más intensidad tuvo, que más quería apoderarse de nuestra voluntad, y escudriñamos el derrotero hacia donde nos empujaba, qué acciones nos proponía realizar.

También puede ayudar, como a Ignacio, proponernos la lectura por gusto o curiosidad, de algún libro, de preferencia sin relación con las tareas de la universidad. Pueden servir algunas biografías, diarios íntimos, o literatura. El ejercicio consiste en leer, durante media hora o más, con tranquilidad, silencio y atención; sobre todo, conviene saborear lo que leemos sin prisa por avanzar o terminar. Y ponemos atención a los pensamientos y sentimientos que nos provoca la lectura.

Se trata, como lo vivenció Ignacio de Loyola en su retiro, de que en el espíritu y la imaginación irrumpan nuestros dolores y esperanzas, pero también los de la historia, “los sufrimientos de todos aquellos, cuyo número es legión, que yacen entre ruinas; de los pueblos oprimidos, de los desheredados y de todos aquellos que se hayan sojuzgados” (Wilde).

 

*Texto: Carlos Mario Castro/Karla Espinoza

 

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