Por: Carlos Mario Castro
Ignacio de Loyola recomendaba incluir a los clásicos en los programas de colegios y universidades jesuitas porque ellos son la vitamina espiritual para potenciar la imaginación y la profundidad de pensamiento, además de un antídoto eficaz contra la expansión sin freno de la banalidad, el gran aluvión de nuestros días.
Sin embargo, Adolfo Nicolás SJ, mientras lideró a la Compañía de Jesús como su máximo superior, fue más allá al ampliar la intuición humanista de Ignacio, e incorporar dentro de los clásicos a la espiritualidad y sabiduría de los pueblos originarios: “San Ignacio apoyó y quería una educación en los clásicos porque ellos capacitan, entrenan a la imaginación. ¿Dónde buscamos a los clásicos? ¿Todavía son Grecia y Roma?, o podemos buscar en China, en Japón, en India; podemos buscar a los clásicos en comunidades indígenas en diferentes partes del mundo, en África o Latinoamérica”.
“Lo que necesitamos –postuló aquel preclaro jesuita, el primero en afirmarlo con rotundidad– es abrir con el saber de los pueblos indígenas la amplia variedad de la mente humana, y eso es lo que hacen los clásicos para nosotros”.
La universidad indígena de los jesuitas en Oaxaca
Este abrirse a los clásicos indígenas, en diálogo con lo ignaciano y los otros saberes y tradiciones de la humanidad, al mejor estilo de la Compañía de Jesús, es lo que hace el Instituto Superior Intercultural Ayuuk (ISIA), obra educativa del Sistema Universitario Jesuita (SUJ), ubicado en el poblado mixe de Jaltepec de Candayoc, en Oaxaca, cuyos valientes antepasados fueron descritos como los no conquistados. Espíritu insumiso inculcado ahora mediante este proyecto educativo integral, que forma a su alumnado indígena en el coraje para resistir, y como sus rebeldes ancestros no permitir el sometimiento ni la extinción de sus culturas ni de sus lenguas.
Al frente de esta universidad indígena, quizás única en el continente, está el doctor Francisco Morfín Otero, ingeniero civil por el ITESO. El primer rector no jesuita en dirigir el ISIA, aunque desde muy pequeño su formación tuvo como mentor a la influencia y cercanía ignacianas, pues de su familia salieron varias vocaciones jesuitas entre sus hermanos y primos.
Nunca quiso ser jesuita, pero “siempre me han caído bien; conviví mucho con mi hermano, sus compañeros y varios más de la orden, y desde la secundaria estudié en sus colegios. Lo más importante que me aportaron fue su sistema de valores para comprender que todo tiene un contexto, su convicción de que hay que actuar siempre con libertad, de manera incluso arriesgada, y el gozar internamente como principio para la acción”.
Modelos educativo desde la cosmovisión indígena
Francisco Morfín recordó que el ISIA se unió al SUJ en el año 2006, gracias al padre David Fernández SJ, ex rector de varias universidades del SUJ. Además de un jesuita sensible también a la marginación y opresión de los pueblos indígenas, al grado de haberse ofrecido en la década de 1980 como voluntario para acompañar a las comunidades indígenas escondidas en las selvas del quiché al norte de Guatemala, perseguidas por el ejército de aquel país para ser aniquiladas, según recordó sobre este jesuita mexicano el antropólogo Ricardo Falla SJ, quien documentó las masacres cometidas por aquellos militares, y acompañó pastoralmente a las comunidades que –protegidas por las montañas y su espesa vegetación tropical– se negaron a refugiarse en la frontera con México, decididos a resistir con astuta organización el asedio criminal de las tropas del gobierno.
Una vez, dijo Morfín Otero, que el ISIA se confía a la Compañía de Jesús es “como las otras universidades jesuitas que se inspiran en lo ignaciano, pero con la salvedad –por la raíz indígena del Instituto– de que aquí buscamos construir un paradigma educativo que surja de la cosmovisión ayuuk (lengua florida)”. En eso consiste su diferencia con las otras instituciones educativas jesuitas, de las cuales recibe un importantes apoyos, principalmente de las Iberos de Ciudad de México-Tijuana, Puebla y el ITESO.
Incluso algunos profesores de estas universidades hermanas “se trasladan para impartir cursos intensivos, y realizan dos visitas al semestre” Para varios de estos docentes voluntarios impartir clases a la juventud indígena del ISIA significa volver a recuperar el sentido pleno de la enseñanza, en donde también tienen la oportunidad de aprender otras sabidurías de comprender la vida y la sociedad.
Rescatar y promover las lenguas indígenas en proceso de extinción
Uno de los retos del ISIA es rescatar las lenguas indígenas que se están perdiendo porque los jóvenes, procedentes de varios pueblos originarios, ya no las hablan ni las aprenden por considerarlas inútiles. De acuerdo con Francisco Morfin, él mismo empecinado en balbucear el ayuuk, se trata de una política de Estado que impuso al castellano como la lengua oficial de toda la educación en México, no obstante la extensa variedad intercultural del país. Esto desde los tiempos cuando pensadores como los celebrados Justo Sierra, Jaime Torres Bodet o José Vasconcelos ocuparon, cada uno en su momento, la Secretaría de Educación, encandilados por el prejuicio de que lo más valioso cultural e intelectualmente era la tradición griega y latina, pero no esa otra sabiduría clásica que se expresa a través de las lenguas indígenas.
“Las escuelas indígenas no tienen como primera lengua la originaria de cada grupo, sino el castellano, que desecha a la otra incluso como asignatura porque no se incluye en el currículum escolar. Hace cincuenta años ocurría también que golpeaban a los jóvenes indígenas que se atrevían a hablar su lengua en la escuela, y los obligaban a expresarse en castellano. Además estaban los profesores que decían a su alumnado que hablar en lengua indígena era de tontos”.
El rector del ISIA reconoció que por lo anterior no ha sido trabajo fácil recuperar la importancia de volver a hablar las lenguas originarias, pese a celebrar el Instituto todos los años el día de la lengua mixe, y a los esfuerzos del Centro de Lenguas de la institución por promover el ayuuk. De hecho todos los años se realiza la Jornada Lingüística Festival de la Palabra 2021, en el marco del Día Internacional de las Lenguas Indígenas, “para hacer más conciencia aún sobre la condición social y situación política en que permanecen las lenguas, las culturas indígenas de México, sus hablantes y los pueblos mismos de los que son parte”.
“De 104 estudiantes 30 no hablan su lengua. Aunque el castellano es la lengua franca para comunicarnos, la primera petición que se le hace al estudiantado cuando ingresa al ISIA es que aprendan su lengua, que la estudien, porque al menos la introducción de su trabajo final de licenciatura la tendrán que escribir en su lengua originaria”.
Sin embargo, ocurren algunas experiencias maravillosas y esperanzadoras en la lucha por motivar el aprendizaje de las lenguas originarias, como la de Janet, ex alumna mixe del ISIA de la Licenciatura en Comunicación para el Desarrollo Social, quien refirió que al escuchar las lenguas de otros compañeros, “se me despierta la curiosidad por aprender y preguntar cómo decir una palabra en otra lengua indígena distinta de la mía, y algunas las memorizo, y eso es enriquecedor, porque me abre otras ventanas y formas de ver, sentir y pensar, de asomarme a otro mundo”.
Quizás a esto se refería Ludwig Wittgenstein, el ingeniero aeronáutico y filósofo del lenguaje que renunció a las universidades y a su cuantiosa herencia familiar para convertirse en profesor de primaria en una escuela rural, cuando escribió: Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo. Es probable que esa misteriosa sentencia consista sólo en la sencilla invitación a abrir nuestra limitada comprensión y habitarla, para expandir su universo, con esos otros mundos llenos de otras sabidurías contenidos en las lenguas indígenas.
Volver al nosotros y lo comunitario para refundar la sociedad
En Walden o la vida en los bosques, Henry David Thoreau, inventor de la desobediencia civil, se retira a la naturaleza para vivir según la sabiduría de lo necesario, sin la carga ominosa de lo superfluo, y así salvarse del oportunismo económico y del yo depredador, ingredientes de la religión del capital que empezaba a carcomer sin remedio el espíritu de su país y sus conciudadanos.
En aquel ambiente Thoreau redescubre que “el cooperar, tanto en el más alto sentido de la palabra como en el más ordinario, significa ganarse la vida juntos”. En cierto modo es el aprendizaje fundamental que el ISIA enseña a sus estudiantes, entre vegetación, montañas, un río, y una comunidad, desobedecer la comprensión de la educación como trampolín para el éxito individual y para saciar la necesidad de profesionistas a granel del mercado laboral.
En este sentido, la formación del ISIA –según su rector– está “más vinculada al nosotros que al yo, verbo que no existe en las lenguas indígenas, más fundadas en la otredad y lo comunitario. Por eso cuando preguntas quién eres te digo mi nombre, pero soy comunidad, pueblo, árbol, viento; es decir, somos un nosotros más que un yo soy”.
Por lo anterior, “todo el modelo del Instituto es desde tu cosmovisión indígena que te lleva a comprender el mundo que habitas, pero siempre en diálogo con todos los saberes universales. No temas abrirte a otros saberes que te van a cuestionar tu modo de ir entendiendo el mundo, dialoga con ellos y decide el camino que quieres seguir”.
Aquello significa, por ejemplo, “que la mayoría de nuestros egresados –al revés de la lógica universitaria tradicional– vuelven a sus comunidades y trabajan proyectos dentro de ellas, pensando en una vida buena que en concreto significa: cuidar juntos la tierra, el medio ambiente, la eficiencia energética, el cuidado y la responsabilidad de unos con otros. Por supuesto, si algunos deciden otro camino diferente también es válido, siempre que no pierdan el nosotros ni el vínculo con su comunidad”.
Lo suscribe también Francisco, otro egresado de la Licenciatura en Comunicación para el Desarrollo Social, al decir que “Ayuuk cambió mi vida por completo, porque antes estaba ciego ante la realidad y lo que en ella pasaba; ahora poseo una formación como persona y profesionista, con una visión crítica de la realidad y de mí mismo. He aprendido a trabajar en equipo y en función de mi comunidad, para sacarla adelante entre todos con nuestros propios esfuerzos y saberes, sin esperar que de fuera venga un salvador a decirnos cómo hacer”.
La pandemia, imaginar en comunidad la universidad que queremos ser
Durante esta pandemia, señaló Morfín Otero, “tuvimos que cerrar, y el estudiantado volvió a su comunidad de origen. Entonces adecuamos todas las materias y procesos formativos a esta circunstancia. Uno de los trabajos que nos propusimos en una clase fue diseñar la escuela que queremos ser, y para ello se le pidió al alumnado dialogar con sus familias a la hora de la comida, y ocurrió que la clase a través de Messenger se volvió un diálogo entre profesores, estudiantes y familias, y obtuvimos un resultado que no hubiéramos logrado en el campus del ISIA”.
“De estos diálogos emergió “una escuela que enseñe lo que es valioso para las comunidades, como la música, la danza, la práctica del tejido, la mejora del agro. Todo contemplado desde una perspectiva medioambiental comunitaria. Por supuesto –decían– queremos aprender matemáticas, obviamente español; pero también queremos recibir clases en nuestra propia lengua, aprender a hablarla y escribirla. Lo maravilloso de este ejercicio es que fue surgiendo una escuela intercultural contraria a la propuesta por el Estado”.
Una pandemia editorial recorrió con su éxito la soledad de los lectores durante la cuarentena: El infinito en un junco de Irene Vallejo, declaración de amor a la historia de los libros de la tradición helena y romana. A lo mejor un día no lejano, sean otros clásicos, esta vez los indígenas, que se resisten al olvido, los que salgan al mundo a consolar las angustias y fracasos de su sociedad, y nos señalen con su también milenaria sabiduría “por dónde se pueden abrir nuevos caminos”, tal como lo hace el ISIA desde una pequeña y remota comunidad indígena en Oaxaca.