Ante el pesimismo creciente por la situación del mundo y sus enormes problemas se levanta la fe en que la educación es el remedio para todos esos males que nos abruman. Lo expresó con claridad Umberto Eco años atrás a propósito de las declaraciones racistas de un alcalde italiano contra un grupo de refugiados. Si la educación fracasó en enseñarle los valores de la fraternidad y la solidaridad con los vulnerables, a su edad adulta ya nunca los aprenderá. Sin embargo, señaló Eco, lo que sí podemos hacer es esforzarnos más en las escuelas, en las universidades, para transformar el pensamiento y el corazón de los hijos de ese funcionario, y de los hijos de quienes votaron por él. Es a ellos a quienes hay que persuadir y enamorar de la fraternidad, solidaridad y compasión.
Educación en el SUJ, base de transformación social.
Los primeros jesuitas, que en principio no pensaban ser profesores ni dedicarse a la educación, se percataron de su poder transformador en la juventud de su época, sobre todo si en los cimientos de esa experiencia educativa estaba la brújula interior de los Ejercicios Espirituales, el método que Ignacio probó con sus compañeros universitarios de la Sorbona, con quienes después fundó la Compañía de Jesús.
Desde entonces la educación para los jesuitas es un campo estratégico en su misión por transformar la realidad social y de lo humano. En la actualidad este compromiso jesuita con la enseñanza, el humanismo, la interculturalidad y la investigación se prolonga en México a través del Sistema Universitario Jesuita (SUJ), y sus universidades repartidas por todo el país.
La educación de una universidad jesuita busca formar la mirada aguda y compasiva del profesionista para que pueda incidir y transformar las estructuras sociales de desigualdad, de todo aquello que impide a las mujeres y hombres alcanzar su plenitud y trascendencia.
El estilo ignaciano de educar también exige a nuestras instituciones reinventarse constantemente, no encerrarse sobre sí mismas ni preocuparse solo por obtener certificaciones, porque lo más importante, la clave de nuestra excelencia académica consiste en saber estar siempre a la altura de los desafíos de la realidad para construir un mundo con más igualdad.
Los ideales educativos jesuitas tienen que ver con construir una espiritualidad a través de los Ejercicios Espirituales. También con caminar junto con los pobres y los grupos vulnerables que sufren violencia e injusticia social. Además de ponerse al lado de los jóvenes para acompañarlos en la creación de un futuro más esperanzador en un mundo poblado de incertidumbre creciente. De igual modo, estos ideales educativos ignacianos enseñan a cuidar de la Casa Común, ante la emergencia ambiental que amenaza la preservación del planeta y de la vida en todas sus formas.
El maestro Mario Montemayor, S.J., académico de Ibero León, señala que frente a las realidades difíciles de nuestro tiempo la universidad jesuita pretende hacer “aflorar la sensibilidad que la mera racionalidad podría adormecer”. Es importante dejar que la mirada aguda y compasiva del profesionista pueda incidir, y transformar las estructuras sociales de opresión –porque estudiar en una universidad jesuita es un acto de liberación.
Comunidades más humanas, solidarias y habitables, reto de la educación jesuita
El SUJ está comprometido no sólo con su alumnado, con su comunidad universitaria, sino con la transformación de la sociedad por una más humana, más justa. Sobre todo, le interesa formar a hombres y mujeres para los demás, que sepan resistir el espejismo del mercado laboral que demanda profesionistas exitosos, competitivos y audaces no en el mejor sentido. Es decir, uno de los objetivos del SUJ es formar estudiantes que, desde su criticidad, sensatez y discernimiento, puedan recrear el orden establecido para dar lugar a otro de comunidades más humanas, solidarias y habitables.
Una característica importante de la formación humana y académica dentro del SUJ, estriba en propiciar el interrogarse y pensar con autonomía para discernir los fervores indiscretos, tanto personales como de la sociedad, desde el criterio de verdad propio de la ciencia y del humanismo cristiano. Una tarea difícil, pero necesaria en un medio nacional y mundial en donde la desinformación sin contrapunto y el pensamiento superficial campean a sus anchas.
En la misma dirección, el maestro Luis González, S.J., también académico en el SUJ, subrayó que los hombres y mujeres en nuestras universidades aprenden a ser “responsables de cuidar y mejorar el mundo en el que viven. Competentes como personas calificadas para desempeñar los trabajos para los que se han formado. Compasivas, es decir, con apertura y sensibilidad hacia los demás, hacia los más necesitados. Y hombres y mujeres comprometidas, porque ponen en juego su inteligencia su voluntad y afecto, toda su persona, para transformar su entorno y promover el bien común”.
Adolfo Nicolás, S.J., lo expresó con sabiduría al decir que “Las soluciones del pasado ya no sirven para los problemas de ahora. Las situaciones contemporáneas exigen creatividad. La globalización no la podemos parar, pero sí podemos humanizarla, y eso exige creatividad.”
En este sentido, el SUJ ha buscado estar a la altura de los problemas y emergencias provocadas por la enfermedad que en estos momentos golpea con su severidad a México y el mundo. Una realidad nueva inesperada que exige la mayor creatividad de nuestras instituciones, de profesores y estudiantes, quienes inspirados por el lema de en todo amar y servir, ponen su sensibilidad, su inteligencia y su formación jesuita en función de construir soluciones científicas, espirituales, sociales y humanas en favor de los más afectados por la COVID-19.
Para lograr aquello se necesita, como indica el profesor Luis González, que dentro de nuestras universidades haya un ambiente de “colaboración fraterna de todos los miembros de la comunidad universitaria, para tejer juntos y hacer realidad una inspiración que nos siga impulsando a llevar adelante” la misión de transformar universitaria e ignacianamente esta nueva realidad histórica que estará marcada por la pandemia y sus secuelas.
Texto por Carlos Mario Castro