La feminidad en la espiritualidad ignaciana

  • La pedagogía de los Ejercicios recupera la memoria de las mujeres, su voz, su heroísmo en condiciones adversas, y su contribución al mejoramiento del mundo como proyecto universal, humanista y cristiano.

 

Aunque los Ejercicios Espirituales tienen como centro a Jesús y su misión, en ellos la historia de liberación de la humanidad también se insinúa con presencia y rostro femeninos. No sólo es el hecho de que en las principales meditaciones se solicita la mediación de María para ser puestos como compañeros o compañeras de su hijo, abrazar su misión y encarnarla en la historia y sus problemas para subvertirla hacia derroteros de mayor humanidad y justicia.

La pedagogía de los Ejercicios, además y sin ser explicita en ello, recupera la memoria de la historia de las mujeres, su voz, su heroísmo en condiciones adversas, y su contribución al mejoramiento del mundo como proyecto universal, humanista y cristiano.

Así, quien se adentra en el camino de la espiritualidad ignaciana explora y sigue, con la ayuda de los sentidos y la imaginación, con lecturas bíblicas y otras más profanas en el buen sentido, la huella dejada por las mujeres desde el Antiguo al Nuevo Testamento. Una historia de subversión contra las formas naturalizadas de opresión y exclusión, que se prolonga en las historias y luchas de otras mujeres insignes en diferentes etapas históricas. Mujeres con espíritu, aunque no necesariamente compartan la fe en alguna religión.

Fidelidad ignaciana a la tradición femenina de Jesús

De hecho, la misión de Jesús, protagonista de los Ejercicios, bebe de la influencia de muchas mujeres transgresoras, excluidas y hasta perseguidas del Antiguo Testamento. La evidencia de esta afirmación se puede cotejar en las dos genealogías de antepasados que aparecen en los evangelios de Mateo y Lucas sin que comprendamos del todo su significado.

En ambas se emparenta al hijo de María con varias mujeres estigmatizadas por el yugo de la ley como de dudosa y licenciosa reputación, entre ellas Tamar, acusada de prostituta por seducir a su suegro, Rahab y Rut, (que fueron dos extranjeras), y Betsabé, la implicada en el famoso adulterio de un sicalíptico rey David.

De esta manera se indica entre quiénes anidará y prenderá el mensaje de Jesús, y quiénes serán los destinatarios preferentes de su misión liberadora, y que lo divino como buena noticia brilla donde menos se espera que lo haga, en lo invisibilizado que se desprecia y excluye.

Una mujer jesuita

Ese eco sonoro de las mujeres está presente en los orígenes de la espiritualidad ignaciana. Ahora con mucha probabilidad sabemos que los Ejercicios Espirituales de Ignacio, su gran aventura interior, hunden sus raíces, unos siglos antes, en “el florecimiento de un movimiento espiritual propio de la Baja Edad Media, la llamada mística femenina, [cuando] las mujeres se apropiaron de los instrumentos de escritura y empezaron a hablar de sus experiencias, de sus sentimientos y, por supuesto, de Dios, dando lugar al descubrimiento del yo interior, vinculado a los procesos de autoanálisis y confesión” (Sancho Fibla).

Una vez fundada la Compañía de Jesús, Ignacio mantuvo correspondencia con varias mujeres provenientes de la alta jerarquía de su tiempo, que fueron aliadas y compañeras de los jesuitas y su misión.

Aunque el experimento nunca se repitió, una de ellas, Juana de Austria, llegó a ser jesuita en 1554, y perseveró hasta su muerte, obviamente bajo ciertas condiciones cuidadosamente establecidas, que incluían guardar estricto sigilo; un secreto que solamente ella y unos pocos miembros de la Compañía conocían (O’Malley). Situación notable de liberalidad y apertura para una orden religiosa que rehusó tener una rama de mujeres a la usanza de otras organizaciones religiosas, en una época, además, de exacerbado machismo y misoginia.

Unos versos de Pedro Casaldáliga, oportunos en este tiempo de aislamiento y distancia, dicen: “Como una novia imposible me ronda la soledad/ Cuando la abrazo, me encuentro/ Cuando me encuentro, se va”.

En el SUJ la espiritualidad ignaciana es un camino de confluencias para encontrarnos y abrazarnos a nosotros mismos; pero también para encontrar y consolar las desolaciones de la humanidad en toda su diversidad; y darnos cuenta de que en nuestras pequeñas y grandes diferencias somos una comunidad universitaria alrededor de un proyecto común, que al abrazarse toda junta alrededor de la divisa ignaciana de En todo amar y servir, se encuentra; y hace que la desesperanza y el sin sentido, lo feo personal y de la realidad, pongan los pies en polvorosa.

 

Texto por Carlos Mario Castro

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