La llamada al liderazgo de una universidad jesuita: contexto, carisma, asociación*

  • El P. Dr. Arturo Sosa Abascal, S.J. Superior General de la Compañía de Jesús, confirma que el liderazgo en una universidad jesuita es un trabajo muy exigente, pero, confirma, no es solo un trabajo es una vocación.

Texto: P. Dr. Arturo Sosa Abascal, S.J. Superior General de la Compañía de Jesús

 

El liderazgo universitario es un trabajo difícil, pero no es solo un trabajo. Es una llamada, una vocación. Me gustaría desarrollar esta llamada en tres pasos. En primer lugar, debemos mirar con valentía el mundo en el que vivimos, el mundo al que somos enviados. En segundo lugar, debemos recordar algunos fundamentos del carisma jesuita. En tercer lugar, quiero reflexionar sobre la colaboración en la misión de una manera práctica que toque, entre otros puntos, el Examen de las Prioridades de la Misión.

 

El contexto: El mundo en el que vivimos nuestra misión

 

Una frase que aparece muy a menudo en las Constituciones de la Compañía de Jesús es: “según las circunstancias de las personas, de los lugares y de los tiempos”. Tenemos que empezar nuestra consideración del liderazgo universitario considerando nuestras circunstancias.

 

Hablemos claro. Vivimos en un mundo en guerra. Los conflictos están alimentados por el nacionalismo, el racismo, el tribalismo, la discriminación de castas y, a veces, por la intolerancia religiosa.

 

Vivimos en un mundo cada vez más consciente de la realidad del cambio climático […]Hace cuatro años, pensábamos que la experiencia de una pandemia mundial nos cambiaría, haciéndonos más sensibles a la urgente necesidad de cuidar nuestra casa común. ¿Fue así? Yo creo que no.

 

En nuestro mundo, la tecnología supera nuestra comprensión de sus posibilidades y peligros. En 2011, el padre Adolfo Nicolás, mi predecesor como Superior General, advirtió en una reunión internacional de líderes universitarios que el crecimiento explosivo de las redes sociales planteaba el riesgo de “la globalización de la superficialidad”.

 

Hoy estamos en los inicios de un cambio tecnológico aún más profundo, vislumbrando el enorme potencial de la inteligencia artificial, sin comprender todavía sus consecuencias. Por desgracia, nuestras legislaturas tienen dificultades incluso para aprobar presupuestos, y mucho menos para orientar el uso de las nuevas tecnologías hacia el bien común.

 

La construcción de la paz, el cuidado de la casa común, la orientación del uso de las nuevas tecnologías hacia el bien común. Estamos perdiendo las habilidades necesarias incluso para el diálogo razonable y respetuoso por encima de las diferencias, y mucho menos la disposición a negociar para alcanzar el objetivo de toda verdadera acción política, el bien común.

 

Si nos fijamos específicamente en la enseñanza superior en Norteamérica, podemos ver todos estos retos y más. El cambio demográfico significa que pronto serán muchos menos los jóvenes que deseen matricularse. El cambio cultural significa que cada vez menos familias aprecian plenamente el valor añadido de la formación en una tradición católica y humanística si les cuesta más que la educación en una escuela estatal. La búsqueda de alumnos lleva a competir en la construcción de costosas instalaciones y a aplicar grandes descuentos en las matrículas. La viabilidad financiera es una cuestión real para muchas universidades jesuitas de Norteamérica. He oído a algunos decir que “el modelo de negocio está roto”. Un funcionario del Vaticano me preguntó una vez: “Si una universidad jesuita cierra, ¿quién reclama los activos?”. Estuve tentado de responder: “¡La verdadera pregunta es quién hereda las deudas!”.

 

Nuestras comunidades universitarias también pueden decir exactamente eso. No tenemos miedo a estos retos y no hemos perdido la esperanza. Percibo esperanza, no miedo, cuando pienso en sus institutos que vinculan las ciencias integradas con el bien de la sociedad, la investigación médica fundamental con la salud pública mundial, los programas de ingeniería con la sostenibilidad medioambiental, los programas de teología con la proyección pastoral. Percibo esperanza, no miedo, cuando nuestras universidades abren espacios para conversaciones difíciles que incomodan, conversaciones sobre el pasado y el futuro, sobre culturas e iglesias, sobre lo que significa ser humano y en quién estamos llamados a convertirnos. Y siento más esperanza que miedo cuando hablo con nuestros estudiantes, jóvenes adultos de una amplia gama de orígenes religiosos y culturales que buscan llevar vidas de bondad, integridad, significado y amor.

 

El carisma jesuita

 

El carisma fundacional de la Compañía de Jesús marca nuestras comunidades universitarias con un estilo particular. Encarnan una forma específica de “apostolado intelectual”, una misión recibida como don del Espíritu Santo.

 

Si nos limitamos a imitar lo que hacen los demás, no estamos a la altura de nuestra vocación. Compartimos con todas las universidades el compromiso con la enseñanza, la investigación y el servicio, pero aportamos nuestro propio carisma a esas actividades. Nuestras universidades no deben dejar de lado las humanidades, sino integrarlas ordenadamente con las ciencias naturales y sociales, ayudando a los estudiantes a descubrir un marco global en el que sus opciones tengan sentido. Nuestro estilo de aprendizaje es ignaciano, activo, comprometido, enraizado en la experiencia. Nuestras universidades valoran la experiencia religiosa, no encerrándola en algún rincón de preferencia personal, sino llevándola abiertamente al diálogo con otras experiencias humanas. Nuestras universidades son diversas, multiculturales y comunidades intergeneracionales que siempre implican aprender juntos y a menudo implican vivir juntos.

 

Nuestro carisma educativo nos invita a todos, como dice a menudo el papa Francisco, a integrar cabeza, corazón y manos. Las cuatro preferencias apostólicas universales, están muy presentes en las universidades: compartir el camino hacia Dios, caminar con los excluidos, acompañar a los jóvenes en la construcción de un futuro lleno de esperanza y colaborar en el cuidado de nuestra casa común. Estas preferencias se están convirtiendo en los principales criterios para la toma de decisiones, orientando la investigación, la docencia, el servicio y la colaboración.

 

Sin embargo, seremos mucho más fuertes si entendemos que formamos parte de una red, si contribuimos a la red, si aprovechamos la fuerza de la red para prestar un mayor servicio. Si cada universidad va por su lado, el futuro es muy incierto. Si nos entendemos a nosotros mismos, a cada una de las universidades, como partes complementarias de un solo cuerpo, entonces podremos afrontar el futuro con esperanza.

 

Por último, nuestro carisma es también un carisma de opción, de elección. Enfrentados a la elección entre dos bienes, discernimos y elegimos deliberadamente el que es más conducente a la alabanza y al servicio de Dios y a la ayuda de las almas en el contexto de una visión universal que nos da la libertad de elegir el bien más universal. Los individuos están llamados a hacer tales elecciones y también las comunidades.

 

Una implicación de esta espiritualidad de la elección es que una universidad no puede ser una universidad jesuita sin elegir esa identidad una y otra vez, a través de una elección concreta tras otra. Si una universidad deja de elegir activamente ser jesuita, entonces deberíamos hablar sin miedo de la posibilidad de separarnos.

 

Colaboración en la misión

 

Los jesuitas no solo queremos trabajar para y con vosotros, queremos asociarnos en misión. Juntos debemos alimentar la identidad y la misión jesuita y católica de cada una de las universidades y de la red en su conjunto.

 

En primer lugar, la universidad debe tener una fuerte relación con su provincial, y a través de él conmigo.

 

Todo gobierno jesuita depende de que nos conozcamos unos a otros, confiemos unos en otros, deleguemos autoridad de manera apropiada, compartamos información completa y mantengamos una comunicación transparente.

 

En segundo lugar, necesito saber que la comunidad universitaria se compromete a discernir continuamente los pasos que debe dar en su búsqueda del magis, fortaleciendo su misión e identidad en respuesta a las circunstancias cambiantes. Este discernimiento debería estar siempre en marcha, pero alcanza un punto álgido de intensidad en el examen periódico de las prioridades de la misión, en el que los presidentes del Consejo desempeñan un papel importante.

 

El objetivo no es reunir pruebas de haber cumplido los criterios de acreditación. Lo que importa aún más es la capacidad demostrada por la comunidad universitaria para hacer un examen ignaciano en común, acompañada por visitantes de otras universidades jesuitas que son socios en un proceso de discernimiento, no inspectores. Lo que importa es la capacidad de discernir los próximos pasos a los que estamos llamados por el Espíritu Santo, pasos que sean claros, estratégicos, realizables y verificables.

 

¿Qué hemos aprendido de los exámenes anteriores? Sabemos que las universidades reflejan las diversas culturas regionales en las que están insertas… las circunstancias de las personas, los lugares y los tiempos. En general, existe un compromiso generalizado con la identidad y la misión jesuitas. Las personas que trabajan con el currículo académico, con el aprendizaje a través del servicio, con el desarrollo estudiantil y con las admisiones utilizan un lenguaje identificablemente jesuita.

 

A menudo el profesorado, el personal y los estudiantes piden aún más oportunidades para una formación sistemática, profunda y continua para la misión. Hay muchas iniciativas para ampliar el acceso a la universidad y desarrollar comunidades verdaderamente interculturales.

 

A muchos les resulta más fácil hablar de servicio que de fe. El amplio compromiso con la identidad jesuita es a veces bastante superficial. Las iniciativas misioneras dependen a menudo del compromiso personal de individuos carismáticos y no están arraigadas en las estructuras de la universidad. Nos apresuramos a asumir valores positivos de las culturas en las que estamos inmersos, como la preocupación por la ecología y por la inclusión, pero no siempre tenemos la capacidad de cuestionar esas culturas, basándonos en la tradición intelectual católica. También he visto que las limitaciones financieras pueden ignorarse cuando una universidad se compromete a dar pasos irrealizables.

 

También quiero decir, sin embargo, que tener quince jesuitas o cinco o ninguno trabajando a tiempo completo en un campus universitario no puede por sí mismo “hacer” o “romper” la identidad católica y jesuita de la universidad. Si podemos tener un equipo de quince jesuitas, estupendo. Si no podemos, recordemos que durante las últimas décadas la vitalidad de la misión ha dependido menos de nosotros los jesuitas que de aquellos con los que nos asociamos.

 

 

Mensaje completo en la Revista 56 AUSJAL 

 

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