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- En una reunión de universidades jesuitas que tuvo lugar en Ibero CDMX en 2010, asentó que un efecto negativo de la globalización es la superficialidad
- “Cuando uno tiene acceso a tanta información tan rápido y fácilmente, el proceso de pensamiento crítico realmente llega a entrar en cortocircuito”, observó
- Llamó en ese momento a que, como educadores jesuitas, no incrementaran el mundo con titulados “en superficialidades ilustradas”
A la edad de 84 años falleció en Japón el padre Adolfo Nicolás Pachón S.J., anterior Prepósito General de la Compañía de Jesús. En estos tiempos de incertidumbre por la emergencia de la COVID-19 es bueno, como homenaje y ejercicio de esperanza y compromiso, volver a recordar y meditar las reflexiones que el padre Adolfo Nicolás, entonces General de los jesuitas, pronunció en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México durante la reunión de universidades jesuitas en abril de 2010, en donde refirió los retos de la globalización a la educación superior jesuita, desafíos que siguen vigentes toda vez se ha incrementado el grado de dificultad de los problemas humanos y sociales por resolver.
En su mensaje estuvo presente la sencillez característica del modo ignaciano de proceder, más dispuesta a escuchar y aprender que a pontificar recetas desde las alturas de la autoridad. Así, Adolfo Nicolás, como en los Ejercicios Espirituales, propuso a los representantes de las universidades tres puntos para reflexionar, meditar y llevar a la práctica: promover el pensamiento y la imaginación; redescubrir e implementar en las nuevas condiciones mundiales la universalidad de la educación jesuita; y renovar el compromiso de la Compañía de Jesús con el trabajo universitario.
Superficialidad que mutila el pensamiento
El entonces General señaló que un efecto negativo de la globalización es la superficialidad, que no entraña una afrenta contra las tecnologías de la información y la comunicación, que tantos beneficios como incontables contribuciones prodigan a la humanidad del siglo XXI.
Pero observó que todos hemos experimentado esa globalización de la superficialidad y sus secuelas en los miles de jóvenes confiados a nuestras instituciones educativas. “Cuando uno tiene acceso a tanta información tan rápido y fácilmente, cuando se pueden expresar y publicar las reacciones en forma tan inmediata, cuando la última columna de opinión de The New York Times o de El País, o el nuevo video, pueden difundirse con rapidez inusitada a todas las personas en la mitad de todo el mundo; entonces, el proceso de pensamiento crítico realmente llega a entrar en cortocircuito”. Una realidad que ahora padecemos ante la propagación, muchas veces mal intencionada, de falsas noticias a propósito del COVID-19.
Adolfo Nicolás recordó que cuando era provincial un grupo de profesores le manifestaba que Internet es maravillosa, pero que desde entonces dedicaban menos tiempo a leer, pensar y discernir. Y remató su ejemplo aduciendo: “si esto acontece a los docentes, ¿qué podemos esperar de los estudiantes?”.
La superficialidad, continuó, detona el reinado del fundamentalismo y el fanatismo, además de imposibilitar la compasión por el sufrimiento de los otros, perdiéndose la posibilidad de comprometerse con la realidad. Tan es así que “un profesor en Estados Unidos me dijo que prefería tener entre sus estudiantes a un comunista convencido, un ateo convencido o un musulmán convencido; eso en lugar de jóvenes sin ninguna convicción, para quienes todo da lo mismo porque no les importa la filosofía ni nada que los lleve a la discusión ni a situaciones de aprendizaje”.
Profundidad de pensamiento e imaginación como antídotos
En su mensaje, Adolfo Nicolás indicó que el reto de las universidades jesuitas consistía en promover nuevas formas de activar el pensamiento crítico y la imaginación, las marcas distintivas de la educación ignaciana desde sus orígenes. De hecho “el autor de un estudio sobre educación afirmaba que San Ignacio apoyó y quería una educación basada en los clásicos, porque los clásicos capacitan y entrenan la imaginación”, es probable que el padre Nicolás (quien incluyó entre los clásicos a la sabiduría de los pueblos originarios que deben estar presentes en la formación de los estudiantes), se refiriera al gran estudio de John W. O’Malley, sobre los primeros jesuitas, porque este autor destaca la síntesis entre lo clásico y lo moderno que será sello distintivo de la propuesta educativa jesuita.
La educación jesuita comprende e integra el rigor intelectual con la reflexión sobre la realidad junto con la imaginación creativa para trabajar en dirección de construir una sociedad más humana, justa, sustentable y que incluya al mundo fracturado de los pobres.
El padre Nicolás Pachón interpeló a todos los rectores y colaboradores con la pregunta, todavía oportuna, sobre cuántos estudiantes de las universidades jesuitas salen de ella con competencia profesional y con la experiencia de tener en alguna forma esa profundidad del compromiso con la realidad. Además, cuestionó, qué podemos hacer para que como educadores jesuitas no incrementemos exponencialmente el mundo con titulados “en superficialidades ilustradas”.
En esta dirección, propuso que nuestro trabajo educativo, y el de los estudiantes, debería poder evaluarse mediante criterios como el desempeño y preguntarnos si profesores y estudiantes colaboran con nosotros cuando nos involucramos en la defensa de la fe y la promoción de la justicia o cuando tenemos conflictos con los gobiernos y eso pudiera traducirse en que los beneficios económicos y aspiracionales se vean menguados.
También reconoció que las universidades jesuitas todavía no toman suficiente ventaja de todas las oportunidades que ofrece el mundo globalizado en lo que atañe a trabajar conjuntamente entre instituciones diferentes pero que tienen que encarar desde la implementación operativa de redes internacionales la universalización de problemas universales: educación pública, derechos humanos y de género, paz, reconciliación, protección ambiental y diálogo interreligioso.
Aquella mañana, en un concurrido auditorio José Sánchez Villaseñor, el entonces Padre General Adolfo Nicolás recomendó a las universidades jesuitas buscar formas más creativas de compartir con los excluidos los frutos de nuestras investigaciones. Y nos invitó a renovar el compromiso con la tradición jesuita, en donde lo intelectual y académico es mediador entre la fe y la cultura, como un medio para salir al paso de la secularización y el fundamentalismo a través del diálogo entre esos dos ámbitos, un servicio que ha sido distintivo de la labor educativa de los jesuitas de todos los tiempos.
Unos meses antes de ser inmolado por el odio, Monseñor Óscar Romero dijo en una de sus homilías que el consuelo del predicador es que la palabra queda, más si está escrita. La persona y su voz desaparecen, pero el mensaje si ha sido auténtico y comprometido con la humanidad buscará perdurar en los corazones e inteligencias que lo hayan querido acoger como brújula para orientar el sentido de su caminar por este mundo. Que estas reflexiones del padre Adolfo Nicolás Pachón, ahora que ha partido, nos ayuden a nosotros a continuar nuestro camino, y fortalezcan nuestro compromiso universitario con la esperanza, el amor y, sobre, todo con la justicia al estilo propio en que lo hace una universidad jesuita.
Delineando el futuro por P. Adolfo Nicolás, S.J.
Carta a todos los jesuitas del Padre General de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa, S.J.
Texto de Carlos Mario Castro
Fotos: Archivo de Comunicación Institucional de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México