- Seis jesuitas que se convirtieron en ejemplo de educación en el sistema universitario en América Latina.
La noche del 16 de noviembre de 1989, un equipo militar entró a la residencia de los religiosos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) en el Salvador y mató a seis jesuitas y dos mujeres que colaboraban con ellos en la casa. Esto mientras en todo el país se libraban intensos combates en el contexto de una gran ofensiva militar de los insurgentes del FMLN contra el gobierno y sus fuerzas armadas.
Los nombres de los religiosos jesuitas eran Ignacio Ellacuría Beascoechea, rector de la UCA, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López, Elba y Celina Ramos. Los primeros cuatro eran profesores en distintas unidades académicas, de filosofía, psicología, teología y humanidades; y Joaquín López fungía como director de Fe y Alegría, institución comprometida con la educación y formación técnica de jóvenes en zonas marginales y rurales del país.
Durante la guerra civil salvadoreña, estos profesores jesuitas buscaron formas pacíficas y universitarias de solucionar los conflictos sociales y la injustica estructural sin tener que recurrir a la violencia, sino mediante el diálogo, la negociación y la reconciliación entre las partes en guerra. Esta fue su condena a muerte.
Los profesores jesuitas inventaron en aquel pequeño e ignoto país, un novedoso modelo de universidad. Un ejemplo de lo que la educación superior debe ser en un contexto como el que caracteriza a los países latinoamericanos. En donde más que formar profesionistas, lo fundamental es contribuir universitariamente a crear programas de trabajo a la altura de los problemas más acuciantes de la sociedad.
Para el SUJ, los jesuitas mártires de la UCA están vivos y presentes como una inspiración de lo que debe ser una universidad jesuita en América Latina. Su legado universitario brilla en las Cátedras Ignacio Ellacuría, S.J., abiertas en varias universidades del SUJ como espacio privilegiado para debatir universitariamente con la realidad mexicana, a fin de responder mejor a sus desafíos, y contribuir a edificar una sociedad más justa y solidaria.
De la hostia, la sangre y la arboleda.