- Francisco fue el primer Papa jesuita de la historia, el primer americano y en particular latinoamericano
- El Papa tuvo muchos gestos proféticos durante su pontificado porque su voz de anuncio y de denuncia fue valiente en un mundo a menudo injusto y en una Iglesia demasiado centrada en su pasado

Por: Dr. José Sols Lucia, académico del Departamento de Ciencias Religiosas de la IBERO CDMX
El primer Papa jesuita de la historia, el primer americano y en particular latinoamericano, el argentino Jorge Mario Bergoglio, descendiente de inmigrantes italianos pobres, ha estado al frente de la Iglesia Católica, con cerca de 1.400 millones de fieles, durante doce años, tratando de liderar el cristianismo “en la caridad”, como a él le gusta decir rememorando a los Padres de la Iglesia. Francisco se propuso continuar la obra del Papa San Juan XXIII, más aún que la de sus inmediatos predecesores. Tres rasgos han caracterizado su papado:
En primer lugar, un cambio en las formas. Francisco, desde la primera hora de su pontificado, cuando salió al balcón de la plaza de San Pedro, el 13 de marzo de 2013, se mostró sencillo y cercano. Pidió a la multitud que orara por él; se autodenominó “obispo de Roma”; más tarde insistió en pagar él personalmente su alojamiento en el Vaticano; durante meses contestó personalmente cartas de fieles que le escribían de todos los rincones del mundo; no quiso vivir en los aposentos privados de los papas, sino en la Casa de Santa Marta con otros cardenales y prelados que pasan por Roma; se negó a recibir honores monárquicos porque, decía, “no soy un príncipe del Renacimiento”. Su inspiración ha sido el Evangelio de Jesús, quien no detentó ni gloria ni honores, sino que se acercó a los pequeños, pobres y marginados hasta el punto de morir crucificado. El acercamiento del Papa al Evangelio ha pasado por la figura de San Francisco de Asís, “il poverello”, de quien tomó su nombre de pontífice.
En segundo lugar, un cambio en el contenido del mensaje. El Concilio Vaticano II hizo una llamada a la colegialidad de los obispos, algo que se ha desarrollado bien durante estos sesenta años de posconcilio, y a la sinodalidad de la Iglesia, un proyecto que había quedado guardado en algún cajón de la Curia y que Francisco ha sacado y desempolvado. La Iglesia está actualmente en pleno proceso sinodal gracias al impulso del Papa Bergoglio, es decir, está repensando su organización interna de manera que todos los fieles participen más en ella, en particular, los laicos y las mujeres, tradicionalmente relegados en una Iglesia demasiado clerical. En el contenido de su mensaje, destacan también grandes textos publicados. Mencionemos cinco: 1) la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), que viene a ser como una obertura de lo que él deseaba para su pontificado; 2) la encíclica Laudato Si’ (2015), magnífico texto sobre la ecología integral, que no abarca solo las relaciones hombre-naturaleza, sino que habla de una crisis integral (social, medioambiental, antropológica, espiritual) que requiere de una conversión igualmente integral, un nuevo modo de relacionarnos cada uno consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con Dios; 3) la exhortación apostólica Amoris Laetitia (2016), magnífica reflexión sobre el amor en todas sus dimensiones; 4) la encíclica Fratelli Tutti (2020), en la que propone repensar las relaciones humanas cercanas y globales desde la fraternidad universal y la amistad social; y 5) Dilexit Nos (2024), una encíclica sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo, porque no hay transformación de las estructuras políticas y socioeconómicas de este mundo sin una conversión del corazón.
Y en tercer lugar, un estilo profético. El Papa ha tenido muchos gestos proféticos durante su pontificado porque su voz de anuncio y de denuncia ha sido valiente en un mundo a menudo injusto y en una Iglesia demasiado centrada en su pasado. Destaco aquí uno de esos gestos: su homilía del 8 de julio de 2013 en la isla de Lampedusa, en el Mediterráneo, frente a la cual habían muerto ahogados decenas de inmigrantes procedentes de África, en la que protestó “contra la globalización de la indiferencia”. En otra ocasión, aludiendo a la misma tragedia, gritó: “Vergogna!” [“¡Qué vergüenza!”].
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