- En 2021 los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública establecieron que cada 24 horas se registran 41 accidentes viales y 40 personas mueren derivado de dichos percances.
En las zonas urbanas y suburbanas es algo “normal” saber de choques y personas atropelladas. Esta realidad siempre supone resultados negativos para las personas involucradas y para la sociedad en su conjunto.
Expertos en hábitat y formación humana del SUJ señalan la importancia de asumir que todas y todos formamos parte de una misma comunidad: “Valdría la pena detenernos un poco a reflexionar que lo que hacemos puede afectar la vida de una persona para siempre. Un accidente es algo imprevisto; cuando decimos siniestro vial, éste tiene algo de trasfondo, no fue algo sorpresivo. Si tú vas a 160 kilómetros por hora, y algo pasó, no es accidente: es porque vas a una velocidad a la que no debías haber ido”.
Bernardo García, experto en formación humana del ITESO señala que: “Vivir en una ciudad implica reconocer la importancia de poder coexistir juntos; que cada uno de nosotros nos preguntemos cómo le podemos hacer para convivir. Cuando los seres humanos nos preguntamos cómo será la mejor manera de vivir unos con otros, la respuesta es cuidar nuestras vidas, no sólo la mía, sino la vida de las personas con las cuales comparto una ciudad, un territorio, un espacio”.
Por su parte, Yariel Salcedo Torres, especialista en hábitat y desarrollo urbano opina: “Se nos hace fácil. Hay gente a la que no le importa ir rápido, estacionarse en una banqueta, invadir la zona peatonal, o no respetar los límites de velocidad. Todas esas acciones son el inicio de un posible escenario de fatalidad, de que una persona muera o sufra una lesión permanente a causa de un siniestro en el que se involucra a un vehículo motorizado. Aunque todos podemos equivocarnos al momento de conducir, hacerlo a mayor velocidad reduce las posibilidades de maniobrar ante cualquier percance. Un error de esa velocidad puede incidir en la vida de otras personas, no sólo en nuestra vida. Se nos hace fácil pasarnos el alto, ir rápido, pero hay que estar conscientes de que eso pone en riesgo la integridad y la vida de otras personas”.
El académico de formación humana, señala que las normas para regular la velocidad no deberían pensarse como un obstáculo personal, sino como una herramienta para el cuidado de las personas: “Si pensamos en cuidar a los demás no estaremos buscando huecos a la ley. Si pensamos en los demás nos daremos cuenta que es distinta la vulnerabilidad de un ciclista de la de un peatón en silla de ruedas, la de alguien que maneja un tractor o un coche. Es importante pensar no sólo en el cuidado propio, sino en el cuidado de los más vulnerables”.
De igual forma, Bernardo García considera que la solución esta en construir una cultura de la convivencia y del cuidado, sin necesariamente darle más peso a las acciones de castigo: “No creo que el incremento de leyes, o supervisiones, o castigos necesariamente sea la solución más profunda; tampoco digo que no sirvan, pero sí creo que es un nivel menos profundo que el de la cultura de la convivencia. Si asumimos una cultura de cuidarnos unos a otros, se garantizan menos accidentes. Al tener como prioridad el cuidado propio y el cuidado de los demás, se garantiza de fondo que haya cada vez menos accidentes y menos muertes”.
Ambos expertos consideran que para la toma de conciencia y la construcción de empatía y solidaridad es necesaria la educación para sensibilizarnos en lo que implica compartir un lugar común y vivir juntos, particularmente en cuanto a hacernos conscientes del daño que podemos ocasionar a los demás. La educación es fundamental para construir una cultura de los cuidados mutuos”.
En esta etapa, todas las universidades del SUJ estamos dando un fuerte impulso al desarrollo de la cultura del cuidado común, pues consideramos que transformar la realidad implica superar enfoques individualistas para hacernos corresponsables del bienestar integral de los otros.